5 nov 2007

Cómo han acabado, cómo han acabado, estos pobrecitos superdotados

Luego que si me cabreo, que si soy borde, que si me pongo así y que si no se puede estar siempre asao. Mirad el articulito que me he encontrado en un número reciente del suplemento de "El Mundo":


Por si no tenéis ganas de pararos a leerlo ahora (aunque os recomiendo que lo hagáis; de verdad), la cosa va de varios superdotados que no han conseguido en la vida el éxito que su elevado, elevadísimo coeficiente intelectual pronosticaba. Habla, por ejemplo, de una con un C.I. de 148 que "sólo" es cajera de supermercado, de uno con un C.I. de 160 que se gana la vida vendiendo seguros puerta a puerta, de otro con un C.I. de 145 que gana 650 euros al mes; hasta de una vieja conocida, la "superdotada acosada" de la entrada anterior, que por su, ejem, poca vista para el automarketing, sigue en el paro más miserable (¿pero a quién se le ocurre pedir trabajo diciendo "soy más lista que todos vosotros", mujer de Dios?).

El motivo de mi cabreo ha sido, ni más ni menos, la miopía mental y la ignorancia del personal, que cree que un C.I. alto forzosamente va a hacer a su orgulloso poseedor digno acreedor a los mejores puestos de trabajo, a los mejores sueldos y a los mejores estátuses sociales.

La idea, que puede sonar "lógica", es en realidad estúpida; tan estúpida como pensar que cualquier persona que mida más de dos metros va a ser un fenómeno del baloncesto. Vale que para jugar al baloncesto ser alto ayuda, pero de ninguna manera la altura determina de forma impepinable la habilidad del jugador en cuestión. ¿Qué pasa si nuestra supuesta estrella del basket, de 2,20 de estatura, tiene la puntería en el ojete y no encesta ni a la de tres? ¿O si es manco? ¿O si tiene la agudeza visual de Rompetechos? ¿O si no sabe jugar en equipo? ¿De verdad alguien cree que nuestro 2,20 va a jugar bien al baloncesto?

Con la inteligencia, perdón, con el C.I. ocurre exactamente lo mismo. Para "llegar lejos" (que cada cual defina esto como mejor le parezca) ser muy inteligente puede ayudar... pero no necesariamente. El mundo laboral no es igual que el mundo académico, donde el más empollón es el que mejor expediente tiene. En el mundo laboral, boys and girls, hacen falta otras habilidades que son tanto o más importantes que la capacidad intelectual. Las habilidades sociales, por ejemplo. La capacidad de trabajar en equipo, cuando sea necesario. La mano izquierda. La humildad para no ir de sobrado y admitir que aún puedes aprender más, aunque hayas sacado la carrera con matrícula de honor. La actitud cooperativa o competitiva, según el caso. En fin, tantas cosas que además dependen de tantos factores sociales y ambientales que reducirlo todo al C.I. es de tontos, o de mal informados.

Y luego van y le echan la culpa a lo mal que está el sistema educativo (que lo está), a que si a los pobrecitos superdotados los machacan y les quitan las ganas de aprender, que si la envidia de los compañeros, que si hay que ocultar la propia capacidad porque si no mira tú el problema, etcétera, etcétera, etcétera. Y, mientras, a llorar y a lamentarse de que "la sociedad no les valora". Como si eso dependiera del C.I., de la estatura o de lo que te mida la polla.

5 oct 2007

Superdotada acosada busca curro

Hace unos días, hojeando el periódico, di con una noticia que me dejó a cuadros: una individua autocalificada de superdotada buscaba un nuevo empleo porque en el anterior había sido víctima del mobbing. Pero esperen, que no queda ahí la cosa: la susodicha aclaraba que ese mobbing había sido causado por la envidia de los compañeros hacia sus superiores capacidades intelectuales.

Cuando conseguí que se me pasara el ataque de risa, me paré a analizar un poco mejor lo que acababa de leer. Para empezar, esta señora directamente achacaba la envidia de sus colegas no a sus titulaciones académicas o a sus habilidades directivas, sino a su cociente intelectual. Como quiera que ese dato no puede saberse a menos que uno lo vaya pregonando por ahí, no me extrañaría nada que ella misma lo hubiera aireado esperando ganarse así el respeto de sus compañeros; lo cual, de ser así, ya de demostraría una clara escasez de neuronamen pensante. Además, tampoco creo que sea demasiado grato para nadie trabajar con una persona que está todo el día en plan “mirad lo listísima que soy”, y hablo por experiencia. Así que supongo que cualquier comentario que soltara alguien ella lo interpretó como “un ataque a su persona”.

La noticia aclaraba también que nuestra superdotada tenía un C.I. superior a 165, es decir, “que era prácticamente un genio” (¿pero los tests de C.I. estandarizados para adultos no marcaban un máximo de 160?), y que era miembro de la junta directiva de la Asociación Española para Superdotados y con Talento (AEST), asociación a la que con esto ha dado una imagen pésima. Pues muy bien, pero a la hora de encontrar trabajo de poco le van a servir estas credenciales. Otra cosa es que diga, “oye, que tengo diez licenciaturas”, o “tengo experiencia sobrada para el puesto”, pero recurrir a algo con lo que naces en lugar de a lo que sabes hacer es como pedir trabajo diciendo “contrátame, que tengo los ojos verdes”. Algo completamente estúpido.

Yo no sé ustedes, pero si yo estuviera buscando a alguien para un puesto de trabajo a la última a la que llamaría sería a esta creída. Antes contrataría a otro que, a lo mejor sin tantas titulaciones, fuera capaz de desempeñar bien su tarea sin dárselas de nada. Así que una buena cura de humildad primero, y luego que tenga en cuenta que la inteligencia no consiste en acumular datos, sino en saberse adaptar a cualquier ambiente.

La noticia, por si hay curiosos.

20 ago 2007

Identificación

En muchas webs sobre el tema que he consultado a lo largo de los años viene el consabido apartado dedicado a resolver las dudas de los atribulados padres sobre si su pequeñín, que hace unas cosas tan raras, es superdotado o no lo es. En estos apartados lo habitual es encontrarse una lista más o menos larga de características comúnmente asociadas a las altas capacidades para que, si el niño presenta bastantes de ellas, se saque como conclusión que “hay probabilidades de que presente sobredotación”, diagnóstico que tendrá que ser posteriormente, como es lógico, confirmado por un profesional.

No puedo evitar que me haga cierta gracia el asunto este de las “listas de comprobación”. Y me hace gracia porque esas características son tan generales y poco definidas que, si unos padres se empeñan en que su hijo es superdotado, creerán que todas le vienen bien, aunque sea dándoles una interpretación bastante creativa. Y al contrario: como piensen que eso de la superdotación es una tontería de los psicólogos, poco importará que el chiquillo en cuestión quede retratado al 100% en la lista: le sacarán mil “peros” y al final resultará que, de veinte signos inequívocos, su niño presenta sólo uno o, con suerte, dos. Y no todos los días.

Es más, esas listas se me antojan también un poco arbitrarias. ¿Por qué, por ejemplo, destacar en matemáticas o en dibujo es síntoma “de altas capacidades”, pero ser un fenómeno con los videojuegos no? Porque para pasarse bien un videojuego hace falta inteligencia, no se crean. Aunque sea para dosificarse la munición en un First Person Shooter. Otrosí digo: ¿cuántas de esas características debe reunir un chaval, y con cuánta intensidad, para que se le considere “superdotado”? ¿Basta con una, pero muy marcada, o deben ser varias, aunque apenas se noten?

Por otro lado, hay tanta desinformación con el tema de las altas capacidades que se producen situaciones ridículas. Como se oye hablar de que un gran porcentaje de superdotados presenta fracaso escolar, se identifica una cosa con la otra y, así, a algunas asociaciones llegan consultas en la línea de “Mi hijo ha suspendido hasta el recreo, ¿puede ser superdotado?”. Una pregunta tan absurda como: “Mi hijo ha sacado sobresaliente en todo, ¿puede ser retrasado mental?”.

Identificar la sobredotación en una persona no es tarea fácil; es más, hay tantos mitos y tanta información contradictoria que la tarea, ya de por sí complicada, se convierte en el decimotercer trabajo de Hércules. Por una parte, no se puede uno fiar de un test de C.I., porque el C.I. no indica absolutamente nada. Por otra, las “listas de características” son vagas y, buscándoles las vueltas, le pueden venir bien a casi todo el mundo.

Personalmente, creo que el mejor método para saber si una persona es realmente inteligente o no es hablar con ella cinco minutos. Y si lo es, poco importa que no haya "aprendido a leer con dos años" o que no tenga "un amplio rango de intereses".

24 jun 2007

Fabricando geniecillos

Hace años, cuando trabajaba de voluntaria con una asociación de ayuda a chavales con altas capacidades, recibimos una consulta de unos padres que nos dejó con las patas colgando. No recuerdo literalmente lo que decía, pero era algo así sobre si sabíamos de algún método para superdotar (sic) a los niños, porque tenían un hijo y querían que fuera "más listo que nadie".
Yo, que entonces todavía era joven e impetuosa, me indigné ante tamaña soplapollez, y recuerdo haber compadecido en mi fuero interno al pobre hijo de esos subnormales. Nunca supe qué pasó al final, porque le di la carta a la psicopedagoga del centro y me desentendí del tema. Supongo que ella se quitaría a esos capullos de en medio diplomáticamente. O no.
De haber recibido semejante misiva hoy en día no me habría indignado; me habría tronchado de risa. Y le hubiera augurado un futuro muy negro al pobre chiquillo (¿os acordáis de lo que le pasó al pobre Justin Chapman, del que hablé aquí no hace mucho?).

Sin embargo, situaciones como éstas no ocurren de forma aislada. Muchos padres se han apuntado a la moda de querer convertir a sus hijos en monstruítos, y desde unos años para acá se oye hablar de niños de dos años o incluso menos que empiezan a tomar clases de violín o de piano, o mismamente se les enseña a leer. Ellos lo llaman "estimulación temprana" y se deshacen en elogios sobre las maravillas que consiguen: que si los niños aprenden más y mejor, que si maduran antes, que si qué sé yo.

Los programas de estimulación temprana se basan en la teoría de que, cuanto más joven es una persona, más facilidad para aprender tiene. Es entonces cuando el cerebro es más plástico, cuando más conexiones entre neuronas pueden establecerse, y lo que hacen es aprovechar ese potencial exponiendo a los niños a enseñanzas más avanzadas para que vayan "cogiendo onda". Estos métodos se utilizan sobre todo en niños con problemas, como síndrome de Down, autismo, parálisis cerebral... Curarse no se curan, pero aprenderán antes a valerse mejor que si se les dejara sin atención.

A algún espabilado se le ocurrió que, aplicando los mismos métodos a niños normales, su inteligencia se desarrollaría mucho más rápido y se convertirían en superdotados. Pero, al igual que un niño con síndrome de Down no va a dejar de tener las limitaciones que éste conlleva por muy precozmente que lo estimules, un niño normal, por mucha clase de violín que le des con año y medio, no se convertirá en un Yehudi Menuhin así porque sí.
Ya dijo un sabio que "de donde no hay, no ze pué zacá", así que estos programas ayudarán a aprender las cosas antes, pero nada más. Si un niño tiene una capacidad normal, ningún método lo convertirá en un genio. Todo lo más, se podrá conseguir que lo parezca a base de rellenarlo a presión con más y más conocimientos, pero no lo será. Volviendo a la analogía de las cajas de pintura de la entrada anterior, lo que hacen estos programas es proporcionar un montón de pinceles y de tubos de colores, pero no enseñan a pintar. Y eso por no mencionar nada de los efectos perniciosos que puede tener en cualquier chiquillo el que sus padres estén más preocupados de lo rápido que aprende que de sus necesidades afectivas.

Por si la situación no les parece lo suficientemente absurda, vamos a suponer que los programas de estimulación precoz funcionen de verdad y conviertan a cualquier niño que los siga en un superdotado. Con el tiempo, más y más padres llevarían a sus hijos a estos programas, con lo que después de un tiempo la gran mayoría de los niños de su barrio/ciudad/país serían superdotados. Entonces, si las autoridades educativas no saben qué hacer hoy día con ellos siendo sólo unos pocos, ¿qué follón no se organizará cuando hordas de pequeños Einsteincitos empiecen a invadir las escuelas? La verdad es que sería gracioso ver de pronto a los Equipos de Orientación Educativa haciendo adaptaciones curriculares a marchas forzadas mientras las aulas de 2º de ESO se llenan de criaturitas de cinco años, por poner un ejemplo.

Pero hay más. El cociente de inteligencia no es una medida absoluta, sino relativa: carece de sentido si no se la compara con algún valor de referencia. Los superdotados son excepcionales precisamente porque hay pocos: si la población de personas con altas capacidades se disparara por el motivo que fuera, lo único que ocurriría es que el C.I. medio de la población también lo haría, y si ahora tenemos una media de 100, pues pónganle que subiera hasta 140. Entonces, un nivel que ahora consideramos "de superdotado" pasaría a ser "lo normal", y sólo se consideraría una "inteligencia excepcional" la que superara un valor mucho más alto; digamos 170. Y vuelta a empezar: ahora habría que estimular aún más a los niños para que fueran "más que normales"; el ciclo se repetiría una y otra vez, consiguiendo medias cada vez más elevadas. Supongo que al llegar a un nivel lo suficientemente alto se darían cuenta de lo estúpido de todo el asunto y ordenarían el exterminio inmediato de los defensores de los programas de estimulación temprana. Y el mundo sería un lugar mucho más bonito para vivir.

La conclusión que me gustaría que se sacara de esta paja mental es que a los niños hay que dejarlos que se desarrollen normalmente, según su propio ritmo, sin frenarlos ni empujarlos para que vayan más deprisa. Y si no acaban de enterarse de por qué, vean algún episodio de Barrio Sésamo donde Koko explique la diferencia entre "apoyo" y "tracción".


Un bebé superdotado leyendo
de acuerdo a su edad mental.

Más sobre la estimulación temprana:

http://www.babysitio.com/bebe/estimulacion_temprana.php
http://www.saludalia.com/docs/Salud/web_saludalia/vivir_sano/doc/psicologia/doc/doc_programas_estimulacion.htm
http://www.crianzanatural.com/art/art11.html
http://html.rincondelvago.com/estimulacion-temprana.html

8 jun 2007

Asociaciones

A pesar de que, según algunos tests, doy la talla para entrar en varias asociaciones de alto C.I., no soy miembro de ninguna. Hay varios motivos: uno es que no les veo la utilidad; el otro, que el C.I. no dice absolutamente nada sobre la inteligencia de una persona.

Me explico: el objetivo que, en teoría, persiguen estas asociaciones, es reunir a gente "excepcionalmente inteligente"para que hablen de sus cosas sin preocuparse de que no les entiendan, que es lo que, también en teoría, les pasa cuando hablan con "gente normal".

Ni que decir tiene que esto me parece una patochada tremenda. Nada garantiza que dos personas vayan a encontrar temas comunes de conversación, ni que vayan a compartir intereses, ni siquiera que vayan a llevarse bien, sólo porque tienen un C.I. superior a la media. Si así fuera, esa misma sintonía se daría entre cualesquiera personas con un C.I. normal, y sabemos que no es así. En realidad esos clubs tan selectos acaban actuando únicamente como clubs sociales donde conocer gente con la que irte de copas, y, qué queréis que os diga, para irse de copas con alguien no hace falta puntuar muy alto en un test.
Claro que podría tener su gracia ser miembro de alguna asociación para hablar de temas interesantes, pero de nuevo aquí el requisito del C.I. sobra. He tenido conversaciones llenas de enjundia con personas de las que ignoraba absolutamente este dato, y es muy posible que, de haberlo sabido, no lo hubiera encontrado estratosférico. Ni falta que habría hecho.

Esto nos lleva a hablar del C.I. Se nos quiere hacer creer que, cuanto más alto sea éste, más inteligente es una persona. Personalmente creo que hay un error de concepto. El C.I. mide una serie de habilidades, diferentes según el tipo de test (verbales, numéricas, espaciales, lógicas...), pero no la inteligencia. De entrada es que ni los mismos especialistas se ponen de acuerdo sobre lo que es, aunque una definición que a mí personalmente me convence bastante es la que la asimila a la capacidad de adaptarse al entorno. Por poner un símil, si el C.I. se utilizara para medir el talento para la pintura, nos daría la cantidad de colores, pinceles y lienzos que posee una persona, pero no cómo pinta. Una persona con talento, con inteligencia, hará maravillas con un simple lápiz -no digamos ya con un maletín de pintura bien provisto. Sin embargo, alguien sin talento sólo hará pintarrajos mediocres, aunque tenga a su disposición una nave industrial llena de material para Bellas Artes.

Aquí también hablo por experiencia personal. A lo largo de mi vida he conocido a varias personas con un C.I. muy alto que luego resultaban ser unos perfectos burros. Mucha acumulación de datos, mucha maña con los números, y luego resultaban ser unos inútiles con los que ni siquiera se podía mantener una conversación coherente. Por no hablar de ese subgrupo de infraseres que toman el C.I. como excusa para ir de genios por ahí, tratando de imponer sus absurdos puntos de vista al resto de la humanidad.

¿Cómo será formar parte de una asociación "de genios", entonces? Supongo que dependerá mucho de la gente con la que te encuentres. Como en cualquier otro grupo humano, habrá gente encantadora y auténticos cretinos que están ahí sólo para enseñar el carnet de socio. Y también habrá personas inteligentes, claro. Por qué no.

6 jun 2007

Dos casos dignos de mención

De vez en cuando nos enteramos por la tele, los periódicos o por internet de casos notables relacionados con personas de altas capacidades. Dada la temática del blog y mi sana costumbre de poner a parir hasta al lucero del alba, he considerado oportuno sacarlos aquí a colación.

Concretamente, hoy voy a rescatar un par de entradas que publiqué hace tiempo en otro blog. Que os aproveche.


Las Miniprofes

Recientemente me enterado por este enlace de que la universidad de Rochester, en Nueva York, ha fichado a dos pipiolas de 19 y 21 años como profesoras. Por lo visto estas dos chicas, hermanas además, son sendas genios que se han pulido sus estudios en nada de tiempo y que, a pesar de su corta edad, ya son doctoradas universitarias.

A mí el que haya gente tan lista me parece muy bien, pero... ¿no creéis que los de Rochester se han pasado tres pueblos con los nuevos fichajes? Me explico: por mucho que estas dos mozas sepan de sus respectivas carreras, la enseñanza no es una mera transmisión de conocimientos. Para eso ya están los libros. Un profesor, para ser bueno, necesita no sólo saber de la materia que enseñe, sino también conectar con sus alumnos y ser capaz de guiarles. Es preferible alguien que sepa menos pero que pueda ponerte en disposición de aprender más, que alguien con conocimientos enciclopédicos que se limite a soltar su rollo como si fuera una radio gramola. La madurez, más que la cantidad de información, es lo que importa. ¿Y qué madurez pueden tener dos personas que no sólo no han dispuesto de tiempo material de adquirirla, sino que además se han pasado la mayor parte de sus vidas con las narices metidas en libros?

Y eso por no hablar de la autoridad. A ver qué respeto van a imponer dos crías en una clase llena de gente varios años mayor que ellas. Irán a verlas como un fenómeno de feria, más por curiosidad morbosa que por lo que les puedan enseñar.

Supongo que en casos como éste también interviene mucho la gana de autobombo de las universidades yankis. Con tal de coger prestigio y así tener una excusa para subir los ya desorbitados precios que cobran por permitirles a sus alumnos el privilegio de estudiar en ellas, son capaces de cualquier cosa que les haga dar "buena imagen". Y dos geniecillas que apenas han superado la mayoría de edad son, al menos para la mentalidad estadounidense basada en la meritocracia, una publicidad inmejorable.

No extrañará entonces que no sea la primera vez que ocurre algo de esto, ni siquiera que estas dos chicas no sean las profesoras más jóvenes que han existido. El récord lo tiene William James Sidis (1898-1944), que se convirtió en profesor de la universidad de Harvard con tan sólo 16 años, después de haber hecho un impresionante carrerón. Carrerón que no le sirvió de nada, pues murió a los 46 casi en la indigencia. Lo dicho: que a vivir no se aprende en los libros.

Así que hoy despido esta entrada deseándoles mucha suerte a las dos hermanitas y, además, dándoles un consejo de vieja pelleja: menos biblioteca y más trabajo de campo. Que no por ver muchas películas porno se acaba follando mejor.


Más sobre universitarios precoces

En la entrada anterior hablaba de las dos genias que se habían convertido en profesoras de la universidad de Rochester a una edad en la que el común de los mortales todavía está medio empezando la carrera. Pero como el tema éste de los superdotados da para mucho, no me resisto a volver a sacarlo hablando de un caso que llama la atención no por la genialidad del protagonista, sino por el descaro y la poca vergüenza de algunos individuos.

Hace unos años salió en la prensa el caso de un chavalín que se había convertido en noticia por haber entrado en la universidad con sólo siete años. El prodigio en cuestión, Justin Chapman, ya llevaba un buen carrerón para entonces: con tres años sacaba la máxima puntuación en tests de inteligencia para adultos, con cinco había terminado la primaria y con seis la secundaria, todo esto desde casa vía internet. Se le calculó un C.I. de 298, algo desorbitado si tenemos en cuenta que la media es de 100 y que hasta alguien de un talento indiscutible como Stephen Hawking tiene, según algunas fuentes, un “modesto” 168.

Las hazañas del pequeño Justin no se limitaban a la vida académica. Conforme su fama crecía, diversas autoridades mostraron su interés por hablar con él y felicitarle; entre ellas Hillary Clinton, senadora del estado de Nueva York, con quien el chaval discutió sobre los problemas que plantea la educación de los niños con inteligencia superior. Le llamaban para conferencias en diversos congresos (pagadas, of course), y hasta la directora del Centro de Desarrollo de Superdotados de Denver, supuestamente una experta en el tema, le describió como “el genio más grande que ha pisado la tierra”.

Así las cosas, y tras alcanzar el máximo en el SAT, un test de acceso a la universidad, Justin se incorporó a la de Rochester (¿os suena?) en calidad de alumno, cuando todavía conservaba la dentición de leche. Y allí, con el niño rodeado de veinteañeros, se desató el drama. Después de algunas clases, Justin empezó a tener ataques de pánico. Lloraba a gritos, vomitaba, se escondía debajo de los bancos y se golpeaba la cabeza con las mesas. Tras lo que pareció un intento de suicidio, la madre lo llevó al psiquiatra. El diagnóstico fue claro: Justin no sólo no era un genio, sino que había estado tan presionado por su madre que se había vuelto loco del todo. Ni que decir tiene que los tribunales le retiraron la custodia a semejante irresponsable y enviaron al niño a una clínica psiquiátrica para menores.

Os estaréis preguntando cómo es que el pequeño Justin no tenía una capacidad fuera de serie, si había puntuado tan alto en los tests y se había liquidado el bachillerato cuando sus coetáneos todavía estaban aprendiendo a sumar. Sencillo: no había sido Justin, sino su madre, quien había cursado los estudios por internet. La señora llegó al extremo de hacer memorizar a su hijo las respuestas correctas de los tests de inteligencia que le pasaban en varios centros para que pareciera que tenía un cerebro privilegiado, cuando el pobre chaval era sólo un chico con una inteligencia media. Claro, así acabó la criatura. Y no vale como eximente el que la madre “lo hiciera por mejor”, porque eso es como la fabulilla del mono que sacaba los peces del agua para que no se ahogaran.

Confieso que a mí el tema de los niños superdotados me toca mucho las narices. Si ya me parece mal que, al descubrir el talento de su hijo, algunos padres pierdan el oremus y se lancen a bombardearle con actividades extraescolares “para que desarrolle su potencial”, imagináos lo que pienso de elementos como la señora Chapman, que se empeñan en convertir a sus hijos en monstruos de feria, cuando podrían desarrollarse como niños normales.

Exactamente; no pienso nada bueno.


Más sobre Justin Chapman:
La increíble historia de un chico al que creían un genio
Lo obligaron a ser genio y terminó internado
Niño prodigio o talento precoz

4 jun 2007

Altas capacidades... y eso mismo

Hace la tira de tiempo servidora de ustedes y otros colegas que prefieren mantener el ano mimado, digo, el anonimato, levantamos en poco menos de dos horas una web bastante crítica con el tema de la superdotación intelectual: Niños Superdotados Apóstatas de su Condición. En esa web expresábamos nuestro sentir por todo el asunto de la alta capacidad intelectual y lo que conlleva, sobre todo en lo referente a familiares que no se enteran y profesionales "expertos" poco puestos en la materia.

Ahora, con algunos años más y, espero, algo más de madurez, aprovechamos las ventajas que ofrecen los blogs para seguir informando sobre el tema desde dentro y criticando todo lo que haya que criticar, que será, nos tememos, bastante.

Aunque, por una vez, nos gustaría estar equivocados.